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Abelardo Castillo (1935-2017): el que muere de sed por Eduardo Mileo

Nadie muere del todo: su obra continúa. Y la obra es de cualquiera, de todos: la famosa trilogía del hijo, el árbol y el libro no excluye a casi nadie, si no se toma en su totalidad. Cuando muere un escritor siguen hablando sus personajes. Poemas, cuentos, novelas, dramas, ensayos, estimulan la lengua, abren la mente como ventanas, y por el hueco entra el aire que no dejará de oxigenarnos.

Abelardo Castillo ha muerto. “Soy libre; soy una individualidad desolada pero libre. Por eso no puedo más que ser malo. Todo individuo es un anticristo, al ser libre, al crearse, está en un continuo choque con su prójimo: tiende a sobrevivir y a hacer sobrevivir aquello que ama. Mientras no choquemos con otros, seremos buenos, pero esto no es sino temporal. Finalmente aniquilamos a nuestro prójimo. O nosotros o él, es la ley. Y elegimos siempre el nosotros o de lo contrario nos sacrifican y somos Cristo. Nada que nace debiera morir, esto lo intuimos y luchamos por nuestra sobrevivencia”, escribió en 1956, en un texto recogido en sus Diarios. Todo individuo es político. Su lucha es la lucha por sobrevivir, pero sobrevivir depende de alianzas y de combates.

Castillo combatió, a su modo y con sus armas: “Los padres mandan a sus hijos al colegio para que sean empleados de banco. Porque también eso se ha degradado: la sabiduría. Que trabajen los brutos y que estudien los locos; el porvenir del género humano está detrás de un escritorio. Si Sócrates resucitara, sería gerente”, dice en “Also sprach el señor Núñez”, cuento de Las otras puertas (1961), en una profecía que retrata al gobierno macrista y, por qué no, a varios de sus antecesores.

El autor de cuentos inolvidables, como “Las panteras y el templo”, “La madre de Ernesto”, “Patrón”, “El marica”; de novelas que han marcado una época, como Crónica de un iniciado o El que tiene sed; de ensayos, como Ser escritor; de obras de teatro, como Israfel, pertenece a un canon de escritores únicos, por la amplitud y profundidad con que trató sus temas, por el compromiso con que se entregó a su arte. “La normalidad es como el frío, no existe. El frío es un poco más o un poco menos de calor, y la normalidad es un poco más o un poco menos de locura”, dice en “La que espera”, un cuento de El espejo que tiembla, de 2005.

Fue fundador de revistas que han dejado una huella indeleble en varias generaciones de intelectuales: El Grillo de Papel, El Escarabajo de Oro, El Ornitorrinco, donde han colaborado, entre muchos otros, Liliana Heker, Vicente Battista, Ricardo Piglia, Sylvia Iparraguirre, Irene Gruss. Su literatura se inscribe en normas éticas y estéticas sintetizadas en sus Diarios: “La literatura no es más que amor y trabajo”; “Es más difícil ser sincero que ser genio”.

Julio Cortázar dijo que “Castillo escribe cuentos, es decir sistemas cerrados, y no meros relatos en los que habitualmente no se pasa del recorte arbitrario de una situación, sin esa tensión que le da al cuento su valor de trampolín psíquico”. Una definición del cuento que también lo involucra a él y que da cuenta de la literatura de toda una generación de clásicos que parece llegar a su fin.

Vendrán otros tiempos literarios. Nuevos escritores crearán sobre ese suelo. Toda tradición está hecha de rupturas que son su continuidad.


http://www.po.org.ar/prensaObrera/online/cultura/abelardo-castillo-1935-2017-el-que-muere-de-sed

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