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Las Viudas de Perón: Una Herencia en Litigio Perpetuo por Roberto Carlos Suárez

Las Viudas de Perón: Una Herencia en Litigio Perpetuo por Roberto Carlos Suárez

Buenos Aires, 30 de octubre de 2025 – El 1 de julio de 1974, en las vísperas de su muerte, el Teniente General Juan Domingo Perón dictó lo que podría considerarse su testamento político más rotundo: "Mi único heredero es el pueblo argentino". No eran meras palabras de despedida, sino un mandato ético y programático, un legado que pretendía trascender las vanidades personales y las disputas palaciegas. Perón, el arquitecto del movimiento que aún hoy define la identidad política de la nación, legaba no bienes materiales ni cargos institucionales, sino una doctrina viva: la justicia social, la soberanía política y la independencia económica, encarnadas en la voluntad colectiva del pueblo. Medio siglo después –exactamente 51 años–, esa herencia se ha convertido en un vasto patrimonio disputado, un "acervo hereditario" peronista por el cual innumerables pretendientes se enzarzan en pleitos interminables. Como en un juicio sucesorio ante los tribunales de la historia, el proceso está estancado: los herederos son legión, variopintos y desunidos, y carecen de un albacea con legitimidad indiscutible para encausar los intereses nacionales.

Desde una perspectiva jurídica, el paralelismo con un proceso sucesorio es inexorable. En el derecho civil argentino, regulado por el Código Civil y Comercial, la sucesión intestada –aquella sin testamento expreso– se rige por la proximidad de parentesco y la voluntad presunta del causante. Perón, al declarar al pueblo como heredero universal, evitó explícitamente la fragmentación familiar o factional. Sin embargo, la realidad política actual parece ignorar ese designio. Tras su partida, el peronismo se desmembró en una maraña de reclamos: la efímera presidencia de Isabel Perón, sofocada por el golpe de 1976; el exilio y retorno de líderes como Montoneros y sindicalistas; la cooptación neoliberal de Carlos Menem en los '90; la refundación kirchnerista en los 2000, con Néstor y Cristina como figuras centrales. Cada etapa generó "herederos" que reclamaban exclusividad: unos por lealtad doctrinal, otros por afinidad ideológica, y muchos por mero cálculo electoral.

Hoy, en octubre de 2025, el litigio ha alcanzado un punto de parálisis aguda. Las elecciones legislativas del domingo pasado, que consagraron un triunfo sorpresivo de La Libertad Avanza de Javier Milei, han expuesto la fractura del peronismo como una herida supurante.
Dividido y tensionado, el movimiento sufrió una derrota inesperada que obliga a sus líderes a buscar respuestas en medio de internas sangrientas.
Axel Kicillof, gobernador de Buenos Aires y uno de los bastiones opositores, cuestionó públicamente la celebración de Milei, mientras Cristina Fernández de Kirchner, referente histórica, al compás de una música que solo ella escucha, obseva un peronismo convulsionado que amenaza con devorarse a sí mismo.
Sergio Massa, el exministro y ex candidato a presidente aún aspira a tener un rol unificador, mientras compite con figuras provinciales como los intendentes del conurbano bonaerense, que priorizan lealtades locales sobre la cohesión nacional. Y no olvidemos a los "herederos periféricos": el peronismo federal, encarnado en gobernadores como Ricardo Quintela de La Rioja o Gildo Insfrán de Formosa, que resisten el centralismo porteño pero rechazan el "kirchnerismo residual".

La militancia rentada
Entre estos pretendientes, destaca una rama particularmente controvertida del árbol genealógico peronista: la militancia rentada conocida como "La Cámpora", esa organización juvenil nacida en los albores del kirchnerismo como un semillero de cuadros leales y ambiciosos. Fundada en 2006 bajo la tutela de Máximo Kirchner, hijo de Néstor y Cristina, La Cámpora se presenta como guardiana ortodoxa del legado peronista, invocando los principios de la tercera posición con un fervor que roza lo sectario. Sin embargo, desde una óptica jurídica y sociológica, su rol en el litigio sucesorio es el de un heredero colateral con reclamos dudosos: financiada en gran medida por el Estado durante los gobiernos kirchneristas –a través de cargos públicos, subsidios y redes clientelares–, ha sido acusada de transformar la militancia en una profesión remunerada, alejándose del espíritu voluntarista que Perón atribuía al pueblo como heredero universal. En el actual desbarajuste postelectoral, sus miembros –muchos de ellos jóvenes legisladores y funcionarios de bajo perfil– se alinean ciegamente con el núcleo cristinista, exacerbando las divisiones al vetar cualquier pacto con "traidores" como Massa o los peronistas moderados. 
La Cámpora es el ejemplo paradigmático de cómo la herencia peronista, en lugar de unificarse, se ha corporativizado: un bloque monolítico que, en su rigidez, contribuye al estancamiento del proceso, recordándonos que, en un juicio sucesorio, los herederos que priorizan el botín sobre la voluntad del causante terminan empobreciendo el patrimonio colectivo.

La CGT
No menos relevante en esta constelación de herederos disputantes es la Confederación General del Trabajo (CGT), el pilar sindical que Perón erigió como columna vertebral del movimiento justicialista, encarnando la justicia social a través de la organización obrera. Fundada en 1930 y refundada bajo el peronismo en 1945, la CGT representa, en términos jurídicos, el heredero directo por "parentesco doctrinal": sus estatutos y su historia están entretejidos con los 20 Puntos Básicos del peronismo, que priorizan al trabajador como protagonista de la economía. Sin embargo, en el juicio sucesorio contemporáneo, la CGT ha mutado de albacea unificador a litigante celoso, fragmentada en sus propias triestas. Tras la derrota electoral de octubre, que permitió el arribo de Milei, la central obrera convocó paros y marchas contra el "ajuste libertario", pero su influencia se diluye en la ausencia de una voz hegemónica que articule el reclamo sindical con la estrategia política peronista. Y sus victorias solo se han plasmado hasta ahora en los foros judiciales (que no es poco) contra las medidas flexibilizantes de Balcarce 50.
La CGT, al igual que un heredero mayorazgo que defiende su porción con uñas y dientes, contribuye al estancamiento al priorizar reivindicaciones sectoriales sobre la unidad testamentaria: en lugar de mediar como lo hizo Perón en sus mejores horas, hoy se erige como una viuda celosa que, en su legítimo dolor por la erosión de derechos laborales, obstruye la partición equitativa del legado, recordándonos que el peronismo sin sus bases sindicales es un cuerpo sin alma, pero un sindicalismo sin visión política es mera queja estéril.

Las viudas dolientes 
Estos pretendientes son metafóricamente, las "viudas de Perón" las viudas dolientes que claman por el viudo ausente, disputando no solo el reparto del patrimonio –votos, cargos, influencia sindical–, sino la interpretación misma del testamento no escrito.

¿Es el peronismo un movimiento obrero y popular, como lo fue en sus orígenes, o una maquinaria electoral adaptable a los vientos neoliberales? 
¿Debe priorizar la confrontación con el "ajuste macrista-mileísta" o tender puentes para gobernar en minoría? 

La ausencia de un liderazgo legítimo –una especie de "albacea testamentario" que represente la voluntad del causante– agrava el desentendimiento. Ningún figura actual ostenta la autoridad carismática de Perón: Cristina, con su vasta experiencia, carga el estigma de las causas judiciales pendientes; Kicillof representa una peculiar ortodoxia bonaerense pero carente de proyección nacional; Massa, pragmático y astuto, es visto por los duros como un oportunista. El Partido Justicialista (PJ), ese venerable artefacto político, se ha convertido en un foro de pugnas donde las resoluciones partidarias son meras declaraciones de intenciones, sin fuerza vinculante.

Y el pueblo peronista observa este panorama con la frialdad de un jurista y la preocupación de un académico. El peronismo, que ha gobernado Argentina por más de 44 de los últimos 80 años, no es solo un partido: es un fenómeno sociológico, un "derecho consuetudinario" de la política argentina. Su fragmentación no es casual; responde a la tensión inherente entre la doctrina peronista –flexible por diseño– y la rigidez de las instituciones democráticas modernas.
En un juicio sucesorio real, el juez podría declarar la indivisibilidad del lote y ordenar una partición equitativa; aquí, la "justicia electoral" dicta veredictos crueles, como el del 27 de octubre, que deja al peronismo con un Congreso aún más atomizado y dependiente de alianzas precarias.
Sin un pacto de unidad –un "convenio de partición" extrajudicial–, el riesgo es la prescripción de la herencia: el pueblo, ese heredero originario, podría abdicar en favor de alternativas radicales, como el libertarismo de Milei.
¿Hay salida? Como abogado, aconsejo un "proceso de mediación" interno: un congreso doctrinario que, invocando los 20 Verdades Peronistas, delimite fronteras claras y elija un liderazgo colegiado. Como docente, exhorto a reflexionar sobre la lección peronista: la herencia política no se hereda; se construye. 
Medio siglo después, el pueblo argentino –ese único heredero para Perón– espera que sus viudas dejen de lloriquear y empiecen a administrar el legado con la dignidad que el General demandó. De lo contrario, el juicio sucesorio se prolongará indefinidamente, y la casa de Perón, esa vasta quinta de la Quinta de Olivos simbólica, se convertirá en ruinas disputadas por cuervos. La historia, implacable como un fallo de la Corte Suprema, no perdona a los herederos ingratos.

Roberto Carlos Suárez 

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