Ir al contenido principal

Don Cornelio como manifiesto de una generación por Santiago Llach


Don Cornelio, el espíritu adolescente y la última Navidad de una primavera democrática.




Palo Pandolfo, voz y guitarra de Don Cornelio

Esto no debe estar en Google: aunque fue un hecho público, quizás solo ocupa bites en la caja misteriosa del pasado que aloja mi cerebro. Durante todo el sábado 24 de diciembre de 1988, el joven Mario Pergolini dio a conocer en un programa especial, transmitido por la Rock & Pop, los resultados de una encuesta sobre las mejores canciones del rock argentino. Empezaron al mediodía por el puesto número 100 (o el 50, quizás) y fueron pasando una a una todas las canciones. Por algún motivo (mi sensibilidad extrema, ser el hijo de un economista, tener 16 años), esa encuesta era importantísima para mí. Mario era una especie de Moisés que bajaba con los mandamientos rockeros en formato canción. Me quedé todo el día pegado a la radio, por momentos en un reducto que me había hecho en la buhardilla, donde había pintado leyendas rockeras con pintura roja, y por momentos en mi cama, con el extremo de los auriculares clavado en un walkman enorme y blanco.

Cuando empezaba a caer el sol y Mario comenzó con la cuenta de los últimos 10, mi viejo entró al cuarto a regar las macetas del balcón y me dijo que en un rato nos íbamos al festejo de Nochebuena. Yo lo chisté: no quería perderme un solo instante, una sola nota del countdown pergoliniano. Por la puerta ventana se veían las ramas del jacarandá de la vereda, con sus últimas flores lilas. Todavía faltaba un rato para la floración de enero, que solía coincidir con una invasión de vaquitas de San Antonio. Se oía a mi mamá ponerse linda para el evento navideño.

No puedo decir cuáles fueron las canciones más votadas. Seguro que Sumo y Virus (Federico se acababa de morir y Luca se había ido el anterior). Varias canciones de Páez. Todas las etapas y las bandas de Charly. Spinetta y sus eternas. Quizás los Cadillacs o los Pericos nacientes apuntaron alguna. Me animo a decir que los Redondos, que todavía tocaban en lugares chicos como Cemento, Airport o la Casa Suiza, no rankearon demasiado arriba; es más que probable que "Ji ji ji", de futuro inmortal, no haya figurado. Sí, en cambio, poroteó a lo loco nuestra megabanda del momento, Soda Stereo, y en mi cabeza se encaminaba a clavar el mejor tema de la historia del rock nacional.




Don Cornelio y La Zona (1987)

Yo tenía un favorito total. Esa que decía "Y sus labios de rouge dirán «algas»": "Ella vendrá" de Don Cornelio y la Zona. Durante todo ese año, había escuchado con devoción insana el primer disco de Cornelio, su pospunk surrealista, sus metáforas sombrías del fin de la primavera democrática, que al año siguiente llevarían a un extremo zarpado en Patria y Muerte, segundo y último disco de la banda, como un Pornography de The Cure pero politizado, criollo y ardiente. En el barro del antirock que practicaba la banda de Palo Pandolfo, brillaba la frambuesa policera de "Ella vendrá": pero ni en su momento más pop y divino de esa primera etapa musical Palo dejaba de rockearla, en este caso con una letra de masturbación existencialista. Me gustaba tanto Cornelio (o me sentía tan especial por el hecho de que la banda me gustara) que el año anterior, cuando me había ido a hacer mi experiencia proletaria cosechando uvas en una finca en Nonogasta, La Rioja, había usado todo el verano una remera pintada a mano con la tapa cubista de aquel disco de oro de mi sensibilidad. En mi cuarto había pegado una nota de la revista Pelo en la que Palo ensayaba su estilo loquito de declarar. "El ritmo es la belleza que nos queda", era el título. Después de disolver Cornelio, Palo armaría en los 90 Los Visitantes, y mi amigo Nagy y yo los seguiríamos por los antros de San Telmo. En la espuma de las olas cocainómanas, Palo siguió cultivando lo festivo y lo inaceptable, sacando discos como artimañas de sus estados de ánimo y lookeando como profeta antisistema del Oeste. Después lo abandoné, pero sé que en los 2000 siguió curtiendo la misma con algo de populismo zen.

Se acercaba la Nochebuena del 88 y Mario anunció que el puesto número tres era para "Noche de paz" de Sumo, que sonó más punk que nunca. Número dos: "Persiana americana". Yo estaba indignado: entre las 50 canciones que había escuchado con dedicación toda la tarde, no figuraba "Ella vendrá". Aunque albergaba una esperanza secreta. Y, por segunda y última vez en mi vida (la primera había sido Central campeón el año anterior), se produjo el milagro. Pergolini anunció que la mejor canción del rock argentino era "Ella vendrá". Lo grité casi tanto como el penal del Negro Palma contra Temperley. Sentí que compartía un secreto y una estructura de sentimientos con un montón de gente. "Ella vendrá" era el pleno lírico de una generación inadvertida, la mía.

http://www.conexionbrando.com/1976921-don-cornelio-como-manifiesto-de-una-generacion

Comentarios

Entradas populares de este blog

El origen de la chacarera

La chacarera es un ritmo y danza folclórica tradicional de Argentina, originaria de la provincia de Santiago del Estero. Ha llegado a extenderse por toda la Argentina y una parte del sur y oriente de Bolivia (región del Chaco). Se ejecuta tradicionalmente con guitarra, bombo legüero y violín. Es sin duda una de las danzas más antiguas del folclore argentino y es en la actualidad una de las más vigentes. De ritmo alegre y vivaz y gran arraigo en todo el Noroeste argentino, la región central y parte de cuyo, aunque si hablamos de chacarera, hablamos de Santiago del Estero, donde es la reina. La chacarera es una danza vivaz que, como la mayoría de las danzas Folklóricas argentinas, se baila en pareja. Esta es suelta (ya que los bailarines no se tocan) e independiente, es decir que hacen solas sus evoluciones, sin combinarlas con las de otra pareja. Pertenece al grupo de danzas picarescas, de ritmo ágil y carácter muy alegre y festivo, gozó de la aceptación del ambiente rural y ta

Ibrahim ibn Ya'qub la historia de un viajero sefardi

Ibrāhīm ibn Yaʿqūb (en árabe, إبراهيم بن يعقوب, también transcrito Ibn Jakub o Ben Jakub o Ibrahim Ibn al Jaqub al Israili at-Turtushi) o Abraham ben Yacov (hebreo), comerciante judío del Califato Omeya de Córdoba, natural de Tortosa, que viajó por la Europa Central y Oriental durante la segunda mitad del siglo X. En los años 960-970 viajó, por orden del califa de Córdoba, para comerciar con esclavos y para recibir audiencia de Otón el Grande, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Este viaje le llevó a Irlanda a través de Burdeos y Noirmoutier. Luego atravesó el imperio de norte a sur, pasando por Utrecht, Maguncia y Fulda, visitando las tierras del reino de los checos y, a orillas del Vístula, la ciudad comercial de Cracovia. Finalmente abandonó Europa por Sicilia. El informe que escribió al regreso de su viaje es el primer documento escrito sobre las ciudades de Praga y Cracovia, así como de Vineta, además de relatar con detalle la vida y las costumbres de los pueblos eslav

Salud. De un obrero alemán que no mata trabajadores. Una hermosa leyenda urbana

En 1937, como parte de la ayuda que le brindó Hitler a Franco para vencer al bando de los republicanos, socialistas y anarquistas durante la Guerra Civil Española, el temible equipo de aviación alemán llamado “Lutwaffe” bombardeo varias ciudades españolas. Cuenta la leyenda urbana que en un pueblo de el País Vasco hubo una bomba que llegó a tierra pero nunca estalló.  La bomba había quedado incrustada en el medio de la plaza central del pequeño poblado.  Los pobladores sorprendidos y asustados no se animaron a moverla, y mucho menos desarmarla y allí permaneció años durante el gobierno de Franco como un símbolo aleccionador.  Claramente representaba la muerte, el poder del régimen y el castigo a quien se rebelara. Una día de primavera, por la mañana, Julen se cansó del detalle del paisaje que arruinaba la plaza. Buscó herramientas, pidió ayuda que no encontró, y se decidió a desarmar y quitar el artefacto. Las primeras horas trabajó solo, ante la mirada le