Mañana, cuando Donald Trump asuma como el 45° presidente de Estados Unidos, la democracia de ese país, que en cierto modo es la madre de las democracias del continente, estará a prueba. En esto coinciden analistas, expertos en política internacional, economistas, todo el derrotado Partido Demócrata y, algo curioso, gran parte del triunfante Partido Republicano: no hay registro en la historia del siglo XX de un presidente que haya asumido con tan poco crédito de confianza en su gestión.
El último en gozar de tan poco prestigio fue Barry Goldwater, que en 1964 enfrentó a Lyndon Johnson; racista de Arizona, militarista, de Goldwater decían cosas parecidas a las que dicen hoy de Trump, entre ellas, que su discurso de asunción iba a ser muy breve: “Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco?” Goldwater no llegó a la Casa Blanca, pero Trump sí lo hizo.
Estos meses, y los que vendrán, son de intensos y ricos análisis en Estados Unidos. La tendencia asegura que la democracia es muy frágil, que no resiste los embates de los poderosos puestos a hacer con ella lo que se les antoja, pero que en esa fragilidad radica su formidable fortaleza. Está por verse.
Hay también análisis muy curiosos. Uno de ellos lo escribió el joven analista económico, escritor y profesor de la Universidad de Nevada, Matthew O’Brien, que lanzó un alerta que nos toca de cerca: “Estados Unidos puede ser la próxima Argentina”. El artículo sirve para saber cómo nos miran desde la otra orilla del Río Grande.
Palabras más o menos, O’Brien dice que Argentina pudo ser Estados Unidos, pero que dilapidó su riqueza y su potencial en la alternancia de gobiernos populistas, es crítico del peronismo, que prometieron compartir la riqueza del país y dictaduras militares que intentaron impedirlo.
O’Brien afirma que gran parte del daño que padeció la Argentina en los últimos cien años fue auto infligido, con origen en la gran desigualdad del país de principios de siglo, cuando “cerca de trescientas familias controlaban la mayor parte de la tierra, la economía y el Gobierno”.
O’Brien ve a la Argentina de hoy “como si en Estados Unidos el Sur hubiese ganado la Guerra Civil y dictara sus reglas al Norte”.
Más que la lucha por el poder, a O’Brien le preocupa lo que los poderosos han hecho con el poder. Y allí es cuando ata la actualidad estadounidense al pasado y presente argentinos.
“El universo político es amplio –afirma sobre Estados Unidos– y no tiene por qué inclinarse hacia el progreso o la justicia. Puede señalar hacia atrás, si apuntamos hacia atrás.
Como Argentina, tenemos altos niveles de desigualdad; como Argentina, tenemos una polarización política bastante extrema. Pero lo que puede convertirnos en Argentina, es tener políticos que ridiculizan la experiencia, que piensan que la política cabe en ciento cuarenta caracteres y que las elecciones son algo a respetar solamente si se ganan. En suma, Estados Unidos puede llegar a ser como Argentina”.
Eso también está por verse.
El último en gozar de tan poco prestigio fue Barry Goldwater, que en 1964 enfrentó a Lyndon Johnson; racista de Arizona, militarista, de Goldwater decían cosas parecidas a las que dicen hoy de Trump, entre ellas, que su discurso de asunción iba a ser muy breve: “Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco?” Goldwater no llegó a la Casa Blanca, pero Trump sí lo hizo.
Estos meses, y los que vendrán, son de intensos y ricos análisis en Estados Unidos. La tendencia asegura que la democracia es muy frágil, que no resiste los embates de los poderosos puestos a hacer con ella lo que se les antoja, pero que en esa fragilidad radica su formidable fortaleza. Está por verse.
Hay también análisis muy curiosos. Uno de ellos lo escribió el joven analista económico, escritor y profesor de la Universidad de Nevada, Matthew O’Brien, que lanzó un alerta que nos toca de cerca: “Estados Unidos puede ser la próxima Argentina”. El artículo sirve para saber cómo nos miran desde la otra orilla del Río Grande.
Palabras más o menos, O’Brien dice que Argentina pudo ser Estados Unidos, pero que dilapidó su riqueza y su potencial en la alternancia de gobiernos populistas, es crítico del peronismo, que prometieron compartir la riqueza del país y dictaduras militares que intentaron impedirlo.
O’Brien afirma que gran parte del daño que padeció la Argentina en los últimos cien años fue auto infligido, con origen en la gran desigualdad del país de principios de siglo, cuando “cerca de trescientas familias controlaban la mayor parte de la tierra, la economía y el Gobierno”.
O’Brien ve a la Argentina de hoy “como si en Estados Unidos el Sur hubiese ganado la Guerra Civil y dictara sus reglas al Norte”.
Más que la lucha por el poder, a O’Brien le preocupa lo que los poderosos han hecho con el poder. Y allí es cuando ata la actualidad estadounidense al pasado y presente argentinos.
“El universo político es amplio –afirma sobre Estados Unidos– y no tiene por qué inclinarse hacia el progreso o la justicia. Puede señalar hacia atrás, si apuntamos hacia atrás.
Como Argentina, tenemos altos niveles de desigualdad; como Argentina, tenemos una polarización política bastante extrema. Pero lo que puede convertirnos en Argentina, es tener políticos que ridiculizan la experiencia, que piensan que la política cabe en ciento cuarenta caracteres y que las elecciones son algo a respetar solamente si se ganan. En suma, Estados Unidos puede llegar a ser como Argentina”.
Eso también está por verse.
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