La fórmula es relativamente sencilla. Frente a una derrota electoral de magnitud inesperada, que le costó al peronismo la pérdida del gobierno nacional y el de la provincia de Buenos Aires, los renovadores se deben concentrar primero en adueñarse del poder interno desplazando a quienes condujeron el proceso hacia la caída. Esos personajes, aún con poder residual, están preocupados por defender sus propias posiciones y su oferta de futuro sólo son nuevas derrotas. Cumplida esa tarea inicial el peronismo, reunido detrás de un nuevo liderazgo, estará en condiciones de enfrentar a sus vencedores y recuperar el poder que había perdido.
Esa receta funcionó hace 30 años. En la vuelta de la democracia Raúl Alfonsín fue presidente y Alejandro Armendáriz gobernador. Los radicales, al frente de una amplia coalición social, postergaron el retorno peronista. El peronismo renovador recuperó el poder interno cuando Antonio Cafiero demolió a Herminio Iglesias en la elección general bonaerense de 1985, una votación que pocos recuerdan fue ganada por la UCR. Después, unificado, desalojó al radicalismo de la Provincia cuando Cafiero se impuso en 1987 y volvió a la Casa Rosada con Carlos Menem dos años después.
Hoy los nombres y las circunstancias son muy distintas. Pero algunas similitudes son inocultables. Mauricio Macri y María Eugenia Vidal gobiernan la Nación y la Provincia, como emergentes de una coalición social que se galvanizó en las urnas con el propósito de desalojar al peronismo kirchnerista del poder. La mayor parte de los peronistas que conservan poder –gobernadores, senadores, diputados, intendentes, sindicalistas– se proponen desprenderse de la tutela del kirchnerismo duro. Si no tienen más remedio, lo enfrentarán en una contienda electoral abierta el año próximo. Y si se les alinean los astros, irán por la recuperación del poder nacional en 2019.
Aquel peronismo de la derrota, el de Herminio y Lorenzo Miguel, que llevaba la carga residual de Isabel Perón, López Rega y la Triple A, provocaba un amplísimo rechazo social. En cambio, aún en franco y quizás irreversible retroceso, el kirchnerismo duro conserva influencia –quizás más en la sociedad que en la política– y está liderado por Cristina.
No es un factor menor: muchos dirigentes del peronismo con poder, a pesar de los pasos dados en esa dirección, parecen sentir un infinito temor frente a la posibilidad concreta de enfrentarla.
La convocatoria de Cristina a Daniel Scioli para una reunión a solas el lunes pasado, y la foto que de inmediato se difundió de ellos dos en el Instituto Patria, base de operaciones cristinista en la Capital, buscaron transmitir la sensación de que todavía es ella quien manda.
Es probable que esa foto haya impresionado a las almas sensibles, que protestan en privado por la influencia negativa de Cristina y La Cámpora pero en público no pueden resistir la invitación a aplaudirla, a hacer número y rendirle pleitesía cuando les es requerido.
Cristina, que maneja con notable precisión la debilidad del otro, convocó a Scioli justo cuando el ex gobernador empieza a afrontar acusaciones por supuestos hechos de corrupción que amenazan romper su coraza hasta ahora inexpugnable. Para él puede ser algún día un problema judicial, pero hoy ya es un conflicto político y emocional importante.
Scioli, que siempre tuvo dificultades para decirle “no” a Cristina, no es sólo el candidato presidencial que ella no tuvo más remedio que aceptar pero a cambio rodeó de acompañantes piantavotos. Hoy es el vicepresidente del Partido Justicialista y un potencial jugador en la pelea política del año próximo en la Provincia. Por eso los enojos que levantó la foto tuvieron tanto alcance.
En la lista de descontentos hay gobernadores como el pampeano Carlos Verna y el sanjuanino Sergio Uñac, que entraron en la lista de unidad del PJ que encabezaron José Luis Gioja y Scioli pensando aislar al cristinismo, y reclaman reconocer que “hay un ciclo que está cumplido”.
Intendentes del Gran Buenos Aires, que vienen construyendo una alternativa de renovación y ven que un referente central de la Provincia va al juego de Cristina, dijeron que la foto era “inoportuna y triste”.
Legisladores que edificaron un camino autónomo en el Senado de la mano de Miguel Pichetto y que ahora buscan consolidar en Diputados una articulación que deje sin gravitación al cristinismo, opinaron que “no se puede seguir demorando la ruptura política y emocional con el pasado”.
Los disgustos no alcanzan solamente a Scioli. Para el sanjuanino Gioja también hay una cuota generosa de mala onda. Le achacan una enorme timidez para decidirse a designar a Oscar Lamberto como nuevo titular de la Auditoría General de la Nación en reemplazo de Ricardo Echegaray, procesado por su gestión en la AFIP, que había sido impuesto por Cristina para el puesto que ahora debió abandonar.
Echegaray terminó por presentar el martes su renuncia a la AGN, aliviándole la carga a Gioja que debía afrontar el recambio traumático y ponerle la firma como presidente del PJ, que es la principal fuerza opositora.
A Gioja, un peronista clásico apreciado por todos, le reclaman apurar el paso para detonar una nueva escisión en el bloque de diputados del Frente para la Victoria. Pero el sanjuanino posterga una y otra vez esa decisión. Sus compañeros en la conducción del PJ ya definen su papel con palabras filosas: “El Flaco tiene un liderazgo administrativo”.
El diseño de quienes impulsan el reagrupamiento peronista lejos de Cristina incluye, en la Cámara de Diputados, una articulación entre el bloque renovador de Sergio Massa, el justicialismo disidente de Diego Bossio, los diputados ahora autónomos del Movimiento Evita y los que puedan desprenderse de lo que queda de la bancada cristinista, donde pisa fuerte La Cámpora. Esperan conformar así un interbloque que asuma la representación principal de la oposición, sea para negociar o para pelearse con el oficialismo que conduce el titular de la Cámara, Emilio Monzó.
El propósito de esta segunda renovación peronista es repetir el regreso al poder protagonizado por sus antecesores de hace tres décadas. Sostienen que esta es una etapa de “hablar con todos” y al mismo tiempo aislar progresivamente a Cristina, “pero sin ofenderla”. Es el mal disimulado temor al rayo de la muerte que ella dispara y que mantiene alta capacidad de hacer daño en la interna.
¿Podría haber diálogo incluso con Cristina?, se pregunta. “El problema es que ella siempre quiere ser el centro y alrededor tiene a los de siempre: Parrilli, Zannini, los pibes de La Cámpora, Sabatella”. Parece que ése es el límite.
Pero a la vez, reniegan por la zozobra que provocan puertas adentro del peronismo las encuestas que muestran a la ex presidenta conservando grados aceptables de aceptación pública, a pesar de que el rechazo a su figura no ha parado de crecer.
Oscar Parrilli, asistente de Cristina, ha hecho circular como verdad consagrada que ella conserva “20% o 25% de votos” y que con ese caudal no puede ganar una elección, pero puede asegurarse que cualquier peronista pierda frente a los candidatos de Macri porque se dividiría el voto opositor.
El peronismo que gobierna cree que la ex presidenta “no puede pasar del 20%” y eso si ella es la candidata, porque dicen que ninguno de sus amanuenses podría siquiera acercarse a esa cifra. Igual sigue siendo un número capaz de desequilibrar la balanza entre dos contendientes más fuertes.
El que mira con atención esa evolución de las potenciales preferencias electorales es Massa, perfilado cada vez más como la figura fuerte de referencia peronista en la Provincia y el país; más allá de que al día de hoy no tenga previsto meterse en la interna sino operar sobre ella “ganando desde afuera”. Igual que hicieron los renovadores de Cafiero contra el sello oficial que estaba en poder de Herminio Iglesias treinta años atrás.
Otros expectables del peronismo, como Juan Manuel Urtubey, Bossio o Florencio Randazzo –que hoy parece lejos de volver a competir– siguen también esos vaivenes de la opinión pública. Igual que la decena de gobernadores y la legión de intendentes del GBA, que piden plata y ofrecen gobernabilidad y por eso mantienen buena relación con el macrismo, hablando con Rogelio Frigerio en la Casa Rosada o con María Eugenia Vidal en la Provincia.
Ellos terminarán poniendo fichas en todas las canastas, pero algunas más en las del peronista que pueda ganar.
El destape imparable de los casos de corrupción kirchnerista beneficia los planes de los renovadores peronistas. Les permite una diferenciación natural, casi sin esfuerzo, aunque muchos de ellos también tengan un muerto escondido en el placard.
Igual, apuntan que el más beneficiado por los escándalos de corrupción es Macri, porque mantiene el costado espantoso de la gestión de Cristina y Néstor implantado muy fuerte en la opinión pública. Y en la diferenciación son ellos los que más ganan, porque siempre fueron otra cosa.
Después de tanto relato quizá sólo se trate de encontrarle a la renovación poskirchnerista una identidad fácil de entender y de defender. Uno de sus impulsores la define como “el peronismo sin prontuario”.
No se proponen una tarea fácil.
Fuente http://www.clarin.com/opinion/infinito-temor-peronismo-Cristina_0_1631836804.html
Esa receta funcionó hace 30 años. En la vuelta de la democracia Raúl Alfonsín fue presidente y Alejandro Armendáriz gobernador. Los radicales, al frente de una amplia coalición social, postergaron el retorno peronista. El peronismo renovador recuperó el poder interno cuando Antonio Cafiero demolió a Herminio Iglesias en la elección general bonaerense de 1985, una votación que pocos recuerdan fue ganada por la UCR. Después, unificado, desalojó al radicalismo de la Provincia cuando Cafiero se impuso en 1987 y volvió a la Casa Rosada con Carlos Menem dos años después.
Hoy los nombres y las circunstancias son muy distintas. Pero algunas similitudes son inocultables. Mauricio Macri y María Eugenia Vidal gobiernan la Nación y la Provincia, como emergentes de una coalición social que se galvanizó en las urnas con el propósito de desalojar al peronismo kirchnerista del poder. La mayor parte de los peronistas que conservan poder –gobernadores, senadores, diputados, intendentes, sindicalistas– se proponen desprenderse de la tutela del kirchnerismo duro. Si no tienen más remedio, lo enfrentarán en una contienda electoral abierta el año próximo. Y si se les alinean los astros, irán por la recuperación del poder nacional en 2019.
Aquel peronismo de la derrota, el de Herminio y Lorenzo Miguel, que llevaba la carga residual de Isabel Perón, López Rega y la Triple A, provocaba un amplísimo rechazo social. En cambio, aún en franco y quizás irreversible retroceso, el kirchnerismo duro conserva influencia –quizás más en la sociedad que en la política– y está liderado por Cristina.
No es un factor menor: muchos dirigentes del peronismo con poder, a pesar de los pasos dados en esa dirección, parecen sentir un infinito temor frente a la posibilidad concreta de enfrentarla.
La convocatoria de Cristina a Daniel Scioli para una reunión a solas el lunes pasado, y la foto que de inmediato se difundió de ellos dos en el Instituto Patria, base de operaciones cristinista en la Capital, buscaron transmitir la sensación de que todavía es ella quien manda.
Es probable que esa foto haya impresionado a las almas sensibles, que protestan en privado por la influencia negativa de Cristina y La Cámpora pero en público no pueden resistir la invitación a aplaudirla, a hacer número y rendirle pleitesía cuando les es requerido.
Cristina, que maneja con notable precisión la debilidad del otro, convocó a Scioli justo cuando el ex gobernador empieza a afrontar acusaciones por supuestos hechos de corrupción que amenazan romper su coraza hasta ahora inexpugnable. Para él puede ser algún día un problema judicial, pero hoy ya es un conflicto político y emocional importante.
Scioli, que siempre tuvo dificultades para decirle “no” a Cristina, no es sólo el candidato presidencial que ella no tuvo más remedio que aceptar pero a cambio rodeó de acompañantes piantavotos. Hoy es el vicepresidente del Partido Justicialista y un potencial jugador en la pelea política del año próximo en la Provincia. Por eso los enojos que levantó la foto tuvieron tanto alcance.
En la lista de descontentos hay gobernadores como el pampeano Carlos Verna y el sanjuanino Sergio Uñac, que entraron en la lista de unidad del PJ que encabezaron José Luis Gioja y Scioli pensando aislar al cristinismo, y reclaman reconocer que “hay un ciclo que está cumplido”.
Intendentes del Gran Buenos Aires, que vienen construyendo una alternativa de renovación y ven que un referente central de la Provincia va al juego de Cristina, dijeron que la foto era “inoportuna y triste”.
Legisladores que edificaron un camino autónomo en el Senado de la mano de Miguel Pichetto y que ahora buscan consolidar en Diputados una articulación que deje sin gravitación al cristinismo, opinaron que “no se puede seguir demorando la ruptura política y emocional con el pasado”.
Los disgustos no alcanzan solamente a Scioli. Para el sanjuanino Gioja también hay una cuota generosa de mala onda. Le achacan una enorme timidez para decidirse a designar a Oscar Lamberto como nuevo titular de la Auditoría General de la Nación en reemplazo de Ricardo Echegaray, procesado por su gestión en la AFIP, que había sido impuesto por Cristina para el puesto que ahora debió abandonar.
Echegaray terminó por presentar el martes su renuncia a la AGN, aliviándole la carga a Gioja que debía afrontar el recambio traumático y ponerle la firma como presidente del PJ, que es la principal fuerza opositora.
A Gioja, un peronista clásico apreciado por todos, le reclaman apurar el paso para detonar una nueva escisión en el bloque de diputados del Frente para la Victoria. Pero el sanjuanino posterga una y otra vez esa decisión. Sus compañeros en la conducción del PJ ya definen su papel con palabras filosas: “El Flaco tiene un liderazgo administrativo”.
El diseño de quienes impulsan el reagrupamiento peronista lejos de Cristina incluye, en la Cámara de Diputados, una articulación entre el bloque renovador de Sergio Massa, el justicialismo disidente de Diego Bossio, los diputados ahora autónomos del Movimiento Evita y los que puedan desprenderse de lo que queda de la bancada cristinista, donde pisa fuerte La Cámpora. Esperan conformar así un interbloque que asuma la representación principal de la oposición, sea para negociar o para pelearse con el oficialismo que conduce el titular de la Cámara, Emilio Monzó.
El propósito de esta segunda renovación peronista es repetir el regreso al poder protagonizado por sus antecesores de hace tres décadas. Sostienen que esta es una etapa de “hablar con todos” y al mismo tiempo aislar progresivamente a Cristina, “pero sin ofenderla”. Es el mal disimulado temor al rayo de la muerte que ella dispara y que mantiene alta capacidad de hacer daño en la interna.
¿Podría haber diálogo incluso con Cristina?, se pregunta. “El problema es que ella siempre quiere ser el centro y alrededor tiene a los de siempre: Parrilli, Zannini, los pibes de La Cámpora, Sabatella”. Parece que ése es el límite.
Pero a la vez, reniegan por la zozobra que provocan puertas adentro del peronismo las encuestas que muestran a la ex presidenta conservando grados aceptables de aceptación pública, a pesar de que el rechazo a su figura no ha parado de crecer.
Oscar Parrilli, asistente de Cristina, ha hecho circular como verdad consagrada que ella conserva “20% o 25% de votos” y que con ese caudal no puede ganar una elección, pero puede asegurarse que cualquier peronista pierda frente a los candidatos de Macri porque se dividiría el voto opositor.
El peronismo que gobierna cree que la ex presidenta “no puede pasar del 20%” y eso si ella es la candidata, porque dicen que ninguno de sus amanuenses podría siquiera acercarse a esa cifra. Igual sigue siendo un número capaz de desequilibrar la balanza entre dos contendientes más fuertes.
El que mira con atención esa evolución de las potenciales preferencias electorales es Massa, perfilado cada vez más como la figura fuerte de referencia peronista en la Provincia y el país; más allá de que al día de hoy no tenga previsto meterse en la interna sino operar sobre ella “ganando desde afuera”. Igual que hicieron los renovadores de Cafiero contra el sello oficial que estaba en poder de Herminio Iglesias treinta años atrás.
Otros expectables del peronismo, como Juan Manuel Urtubey, Bossio o Florencio Randazzo –que hoy parece lejos de volver a competir– siguen también esos vaivenes de la opinión pública. Igual que la decena de gobernadores y la legión de intendentes del GBA, que piden plata y ofrecen gobernabilidad y por eso mantienen buena relación con el macrismo, hablando con Rogelio Frigerio en la Casa Rosada o con María Eugenia Vidal en la Provincia.
Ellos terminarán poniendo fichas en todas las canastas, pero algunas más en las del peronista que pueda ganar.
El destape imparable de los casos de corrupción kirchnerista beneficia los planes de los renovadores peronistas. Les permite una diferenciación natural, casi sin esfuerzo, aunque muchos de ellos también tengan un muerto escondido en el placard.
Igual, apuntan que el más beneficiado por los escándalos de corrupción es Macri, porque mantiene el costado espantoso de la gestión de Cristina y Néstor implantado muy fuerte en la opinión pública. Y en la diferenciación son ellos los que más ganan, porque siempre fueron otra cosa.
Después de tanto relato quizá sólo se trate de encontrarle a la renovación poskirchnerista una identidad fácil de entender y de defender. Uno de sus impulsores la define como “el peronismo sin prontuario”.
No se proponen una tarea fácil.
Fuente http://www.clarin.com/opinion/infinito-temor-peronismo-Cristina_0_1631836804.html
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